Ayer sorprendí a una pareja desnuda tomando el sol en el parque y mi cola, a la que daba por perdida desde principios de año, resucitó un poco.
No recuerdo las caras, incapaz de desviar la atención de los genitales blandos que se desparramaban entre el vello sudado. Qué conocido y repugnante se veía uno. Qué originales y diferentes los otros. Me propongo probar esa variante de la sicalipsis, todavía pendiente a mis 41 años.
Había tensión sexual en aquella pradera solitaria, silenciosa y soleada que me infundió un poco de vida.
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