Frías mañanas de domigo, opacas de niebla, en las que sondeas virilmente la caverna blanda de tu esposa. Ya hemos abandonado nuestros juegos de adolescencia. El recuerdo de mi lactosa resbalando por tu barbilla. La tuya por la mía. Sé que no eres feliz. Yo tampoco. Y a ella no se lo contamos, para que siga siéndolo.
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